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lunes, 22 de julio de 2013

Religión y política

asuntos muy diferentes. La primera se fundamenta en la fe revelada y establece dogmas que no necesitan demostración. La segunda se configura en torno a la racionalidad y al contraste de argumentos lógicos, y los que defienden determinados postulados confían en poder demostrarlos.Pero en España religión y política caminan por caminos separados pero revueltos. Tanto los que profesan alguna religión como los que no, actúan políticamente más con criterios religiosos que estrictamente políticos. Unos se consideran de derechas y otros de izquierdas con la misma convicción que otros se dicen musulmanes o católicos. Ambos consideran a los del otro color como infieles, generalmente perversos, y en el mejor de los casos, equivocados. Lo que les importa no es lo que propone alguien, sino de qué color es ese alguien. Les basta con saber qué bandera lleva para decidir si están a favor o en contra de lo que diga.Ni unos ni otros entienden que también haya ateos políticos. personas ajenas a esa clasificación simplona, y que analizan cada propuesta con espíritu crítico sin importarles quién la haya hecho.Entre los países con regímenes teocráticos, donde la ley emana de textos sagrados, y las democracias avanzadas occidentales hay un estado intermedio: el de los sistemas formalmente democráticos, cuyos ciudadanos y cuyos políticos todavía no han sido capaces de entender que la religión y la política pertenecen a esferas diferentes. En España no daremos el paso definitivo hacia la democracia plena mientras cada cual siga adorando a sus siglas políticas, y creyendo ciegamente lo que diga su profeta de turno, vestido de presidente de su partido del alma.

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