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viernes, 19 de febrero de 2016

Carta a un fontanero despistado

Estimado Sr. Fontanero:
Me he enterado por las declaraciones ante el juez del suegro de Francisco Granadas de que fue usted quien dejó un maletín con un millón de euros en el armario del dormitorio del señor suegro.

También he visto que la reacción unánime en los medios de comunicación ha sido de incredulidd, pero yo le escribo para decirle que soy –probablemente- el único español que ve razonable lo dicho por el suegro de Granados.

Me parece comprensible que usted, tras aparcar su furgoneta frente a la vivienda, abriera el portón trasero y se confundiera, cogiendo el maletín con el dinero en lugar de la caja de herramientas. Todo el mundo sabe que los fontaneros acostumbras llevar consigo maletines con esas cantidades, que no son sino el producto de los trabajos realizados en el día.

Cuesta más imaginar por qué usted, una vez en la vivienda, se dirigió al dormitorio y no a la cocina o al cuarto de baño, aunque es probable que estuviera cansado y necesitara unos minutos de reposo. Pero yo más bien creo que usted se sintió atraído por el bullicio que se oía en ese dormitorio, donde –cual camarote de los Hermanos Marx- debían encontrarse ya dos montadores de Ikea, un carpintero, dos albañiles, un vendedor de seguros y un repartidor de Tele-Pizza.

También comprendo que ante semejante saturación, el único rincón disponible que encontrara para colocar su maletín fuera el altillo del armario.

Reconozco que lo que parece más extraño es que usted no echara en falta el maletín con el dinero al regresar a su casa por la noche, ni al día siguiete, ni al mes siguiente. Pero puedo entender que para un fontanero un millón de euros arriba o abajo no es cosa de importancia.

Y por último, para los que piensan que es imposible no echar en falta dicha suma, estoy convencido de que si así hubiera sido, usted no habría tenido ninguna prisa por volver a esa vivienda para recuperarlo. Tratándose del domicilio del suegro de un político, usted podía tener la seguridad absoluta de que jamás ese político se apropiaría de un céntimo que no fuera suyo.


Me solidarizo, pues, con usted. Disculpo su despiste. Y también disculpo la ignoracia del pobre suegro. Ya se sabe que los suegors, como las hermanas de los reyes, nunca se enteran de los millones que circulan bajo sus narices.

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