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martes, 1 de marzo de 2011

El poder hereditario

El carácter hereditario del poder es una característica propia de las monarquías. En cambio, en los modernos estados de derecho el poder lo ostentan gobiernos elegidos directa o indirectamente por los ciudadanos cada cierto tiempo. Se entiende que el poder ya no se hereda, sino que se renueva y se legitima en cada proceso electoral, en función de los deseos de los electores.

Pero en España se ha consolidado una nueva modalidad de poder hereditario: el que se establece por la vía de acaparar el poder por los grandes partidos, y aplicar unas reglas de juego que dificultan de manera extrema la incorporación de nuevos partidos a la arena política. Existen unas barreras casi invisibles, pero altamente eficaces. La más aparente consiste en el reparto por parte del Estado de cuantiosas sumas entre los partidos que ya tienen representación en las instituciones, obligando a los nuevos a moverse en franca desventaja. El dinero se traduce en campañas, publicidad, actos, publicaciones y visibilidad social. Y la falta de dinero implica incapacidad para hacerse oír y dar a conocer nuevas ideas y propuestas.
Otra barrera -no declarada, -pero igualmente eficaz- es la que opera a través de la desatención de los medios de comunicación. Cada medio tiene su ideología, y eso se nota en la presencia que condecen a unos u otros partidos. Pero todos los medios tienen como principal ideología el interés empresarial, y no pueden desdeñar el suculento pastel de la publicidad institucional o el de la propaganda partidista, ambas dependientes de la voluntad de los grandes partidos, que disponen de más dinero –el que reciben directamente, y el que controlan desde los diferentes gobiernos-. Como consecuencia, los partidos nuevos sufren un pertinaz ostracismo, ya que no son unos clientes interesantes para los medios.
Por último, también existe una sutil barrera que consiste en transmitir y mantener en la conciencia social la impresión de que “hay lo que hay”. La percepción de que los ciudadanos tienen que optar por uno de los partidos consolidados, y desestimar otras opciones. Con la inestimable ayuda de la indiferencia de gran parte del electorado hacia la política, el mecanismo funciona perfectamente, y a la hora de votar, millones de ciudadanos terminan eligiendo entre Guatemala y Guatepeor. De esta manera, después de treinta y cuatro años de democracia, los grandes partidos se han venido heredando a sí mismos en el poder, y han conseguido transmitir a gran parte de los ciudadanos la idea de que no hay alternativa. No deja de ser una jugada maestra de prestidigitación, para establecer en un estado democrático moderno la vieja práctica del poder hereditario.

3 comentarios:

  1. Pues mira qué bien, tenemos los dos tipos de porder hereditario: la monarquía y el q tú dices. Sólo q el q tú dices se podría resolver con el sentido común de los ciudadanos. El otro, no.

    Ah, soy Sara

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  2. Pues parece la pescadilla que se muerde la cola.
    A ver si como dice Sara el sentido comun hace algo...

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  3. El problema es que el sentido común -como la honradez o el valor- son cualidades individuales.

    Para cambiar ciertas cosas se necesitaría un sentido común colectivo.

    Y el sentido común -o la honradez- sólo se hacen colectivos cunado existe algún elemento capaz de orientar al conjuntok de la poblaciókn en ese sentido.

    Un conjunto d cientos, miles, o millones de personas, acumulan un enorme potencial (de snetido común, de honradez, de violencia, etc.). Pero ese potencial necesita ser canalizado para que sirva para algo.

    De lo contrario se queda en eso: en energía latente.

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