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viernes, 4 de septiembre de 2015

La solidaridad tiene un precio

El drama que están viviendo decenas de miles de personas que huyen de las atrocidades de la guerra de países como Siria o Libia están sacudiendo, por fin, las conciencias del mundo occidental. Las trágicas imágenes de ese éxodo han conseguido llamasr momentáneamente la atención de los españoles, muy ocupados en asuntos más graves, como cuestiones identitarias, reformas constitucionales, o devolución del 25% de la paga de Navidad a los funcionarios.

Ahora mucha gente siente la llamada de la solidaridad, y muchos ayntamientos ya se ofrecen para acoger a esos refugiados. Se extiende la opinión de que Europa no puede encogerse de hombros ante la tragedia que afecta a tantos hombres, mujeres y niños.

Pero una cosa es predicar, y otra dar trigo. La Europa desarrollada y de los derechos humanos tiene la obligación moral de ayudar a esa pobre gente. Y los ciudadanos de esa Europa tienen que saber que nada es gratis, y que la soldaridad también tiene un precio.

La forma más eficiente de evitar el desplazamiento de cientos d emiles de refugiados sería la intervención militar en los países de origen, para imponer la paz, y para instaurar unos gobiernos democráticos, alejados del fanatismo religioso. Es una tarea nada sencilla, puesto que son los propios habitantes de esos países los que adoptan unas posturas fanáticas y antidemocráticas, como se ha visto en Irak y en los países donde floreció “la primavera árabe”. Y sobre todo, esa intervención supone el envío de tropas formadas por soldados europeos, muchos de los cuales perecerían sin duda en combate. Pero los europeos no queremos pagar la solidaridad con el precio de la vida de nuestros hijos.

La otra alternativa es la acogida. Recibirles, alojarles, vestirles, alimentarles, cuidar su salud, y educar a sus hijos. Todo esto tampoco sale gratis. No cuesta vidas, pero cuesta decenas de millones de euros, que tendrán que salir de la reducción de otras partidas. ¿Estamos dispuestos a sufrir más recortes en nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones, o nuestros servicios sociales? ¿Estamos dispuestos a pagar más impuestos para atender debidamente a los refugiados?

Supone también la estancia en nuestras civilizadas naciones de cientos de miles de personas que no llevan en su ADN cultural los valores democráticos de tolerancia y libertades. ¿Estamos dispuestos a aceptar las consecuencias de ese choque cultural? ¿Asumimos que una parte de esos refugiados no se van a integrar en nuestra cultura? ¿Aceptamos que algunos de ellos, una vez establecidos entre nosotros, van a conspirar para destruir nuesto sistema de valores, derechos y leibertades?

Soy partidario de que Europa no dé la espalda a estas personas. Pero echo en falta que nadie, absolutamente nadie, nos explique lo que conlleva esa ayuda. Quedarse únicamente con el impulso humanitario del momento puede convertirse en una bomba de relojería dentro de unos meses o años. 
La solidaridad tiene un precio, y es mejor conocerlo en lugar de recibir una factura inesperada dentro de un tiempo..


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