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martes, 24 de enero de 2012

La eterna fantasía (I)

Una de los problemas insolubles a los que se enfrentan los seres humanos es el intento de armonización entre el “ser” y el “deber ser”. Desde tiempos remotos los hombres han intentado acomodar el “ser” al “deber ser”, sin haberlo logrado nunca del todo. Esa cuestión es la que se halla en la raíz de las confrontaciones ideológicas de hoy en día.

Parecería razonable que una especie inteligente hubiera aceptado el “ser” como algo dado, y hubiera tratado de acomodar su cultura y su organización social a esa realidad. Así lo ha hecho respecto a hechos físicos como la fuerza de la gravedad, la rotación de La Tierra, o los fenómenos climáticos. Sin embargo, en relación con las características propias de la especie, los humanos se han empeñado en hacer lo contrario: cambiar el “ser” para adecuarlo al “deber ser”.

El individuo humano posee una variada gama de potencialidades, que se desarrollan en menor o mayor grado en cada persona: inteligencia, altruismo, generosidad, mansedumbre, creatividad, memoria, voluntad, tesón, o ecuanimidad. Pero también envidia, egoísmo, mezquindad, agresividad, avaricia, crueldad o falsedad. Ese es el “ser”.

El “deber ser” consiste en definir un ser humano del que se han eliminado las características que se consideran negativas, y que no se aceptan como naturales, sino como anomalías que deben ser corregidas. Y tras varios milenios de desarrollo cultural, la mayor parte de la humanidad sigue sorprendiéndose y escandalizándose porque el “ser” no se corresponde con el “deber ser”.

Como todas las especies vivas, el ser humano se mueve en un entorno competitivo que tiene más que ver con los postulados de Darwin que con los cuentos de hadas. Contra toda lógica y contra toda evidencia histórica y científica, una buena parte de la población mundial –y especialmente del mundo desarrollado- se debate en la angustia de constatar una y mil veces que ese ser humano altruista, pacífico, inteligente, creativo, bondadoso, generoso y veraz; capaz de vivir en una sociedad solidaria y no competitiva no termina de corresponderse con la realidad. La reacción más frecuente es la de buscar culpables de esa contradicción –culpables que siempre son externos-.

¿Por qué insisten los seres humanos en verse a sí mismos como no son? ¿por qué continúan aspirando a construir una sociedad perfecta con individuos imperfectos? ¿cómo es que en un siglo en el que la ciencia ha desmontado casi todos los mitos del pasado, continúa vivo el mito de un “deber ser” de fantasía? ¿por qué mecanismos se ha mantenido esa venda sobre los ojos de la humanidad?

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