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jueves, 26 de enero de 2012

La eterna fantasía (II)

Sin duda, los seres humanos de la Antigüedad no padecían el desconcierto que sufren sus descendientes del siglo XXI. Para aquellos seres primitivos era demasiado evidente que sus congéneres podían cometer todo tipo de atrocidades, trampas, traiciones, y mentiras. Esas cosas formaban parte de la vida cotidiana, y precisamente por eso se fueron estableciendo normas, prohibiciones, y leyes.

Si los seres humanos no hubieran tenido tendencias dañinas para otros, no habría sido necesario prohibirlas y castigarlas. Nunca ha existido una ley que prohibiera comer piedras, por la sencilla razón de que eso es una cosa que nadie hace. Cuando algo necesita ser prohibido y castigado es porque alguien lo haría sin esa prohibición y ese castigo. Si todas las culturas tienen severas reglas que prohíben el incesto es porque existe una inclinación a copular con hijos o hermanos. Con el paso de los años, el incesto ha llegado a ser considerado como algo antinatural, pero si no lo prohibiera la cultura y la ley, sería lo más natural del mundo.

A base de redactar leyes para refrenar instintos y pasiones individuales en beneficio de la colectividad, se fue imponiendo poco a poco la noción de que el “deber ser” era lo real, por mucho que el “ser” desmintiera tal idea. La tradición judeocristiana contribuyó de forma notable a esa concepción fantástica, al introducir una novedosa norma: amar al prójimo como a ti mismo”.

Ahora nos parece un precepto casi trivial. Pero hay que ponerse en la piel de los individuos de hace 2.000 años, e imaginar lo revolucionaria que resultaba esa norma. En un mundo precario, en el que la esperanza de vida rondaba los 30 años, la competencia por los alimentos escasos y los territorios que los producían era feroz. Las guerras, la piratería, los asesinatos, y la violencia eran constantes. ¡Había que sobrevivir! Y a menudo eso sólo se lograba a costa de otros.

Por lo demás, todo en la naturaleza contradecía esa norma. Todas los seres vivos, animales o vegetales, desarrollaban variados sistemas para sobrevivir y reproducirse, sin preocuparse de sus congéneres. Sólo cuando las estrategias de supervivencia mediante la colaboración eran más eficaces que las individuales, se producían alianzas entre varios individuos, aunque también basadas en el interés propio.

Lo de "ama a tu prójimo como a ti mismo" fue el primer gran paso hacia la confusión.

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