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viernes, 2 de octubre de 2009

Democracia de saldo

Un sistema político democrático tiene todos los componentes de lo que en términos económicos conocemos como “el mercado”. En el mercado político los consumidores son los ciudadanos; las empresas que venden productos y servicios son los partidos políticos; los productos y servicios son la legislación, las infraestructuras, y los servicios y ayudas que presta el Estado; la moneda empleada es el voto;


Como en todo mercado, los consumidores-votantes intentan obtener el mejor producto a cambio de su moneda-voto. Y como en cualquier mercado, los empresarios-partidos intentan vender su producto consiguiendo el mayor número de votos.

En el mercado económico la correspondencia entre la calidad de los productos y la cantidad de votos se establece mediante el precio. En cambio, en el mercado político todos los ciudadanos disponen del mismo capital –un voto-, y todos los productos se ofrecen al mismo precio: un voto. En buena lógica a igualdad de precio los consumidores elegirían siempre el mejor producto, lo que daría lugar a un esfuerzo por parte de los empresarios-partidos para esmerarse al fabricarlo.

Pero como en un mercado económico, los empresarios-partidos disponen de dos poderoso aliados que les permiten colocar productos de muy mala calidad: la publicidad y el marketing. Las sofisticadas técnicas de publicidad –en este caso propaganda- permiten manipular la racionalidad de los consumidores-votantes, creando impulsos de compra basados en emociones nada racionales. El marketing les ayuda a diseñar productos vistosos, presentados en envases de diseño atractivo, aunque el contenido no responda en absoluto a las expectativas del consumidor-votante.

Y como en un mercado económico, en tiempos de crisis siempre se puede recurrir a las rebajas. Y ya puestos a rebajar, nada más rebajado que el “gratis total”. Los empresarios-partidos se desgañitan en la plaza –parlamento, medios de comunicación- ofreciendo auténticos tesoros a precio de ganga. La paz mundial, la salvación del ecosistema, la salud eterna, la bondad infinita o la alegría sin límites pueden ser adquiridos –o eso dicen- por la módica cifra de un voto. ¡Acérquese, oiga. Mire que subvención más fresca tengo hoy! ¡Llévese esta ley y olvídese de sus preocupaciones para siempre! ¡Compre este impuesto, y ya lo pagarán sus nietos!

Un vergonzante mercado en el que todos engañan a todos.

Si no cambiamos pronto este mercado, esta democracia de saldo puede llegar a convertirse en una democracia en liquidación.

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