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miércoles, 12 de mayo de 2010

Tres protones de diferencia

Ayer hablaban en la radio de las leyendas urbanas. Llamaban los oyentes y relataban historias inverosímiles que corren por ahí como hechos indiscutibles.
La chica fantasma que se aparece a los conductores en la curva en la que se había matado.
Los chinos que están exentos de pagar impuestos en España.
Walt Disney congelado hasta que se pueda curar la enfermedad de la que murió.
Los móviles explosivos que no hay que tocar.
Messenger que va a cerrar todos los meses.
Latas que no ha que beber porque están contaminadas con orín de ratas.
La margarina a la que sólo le falta un átomo para ser plástico.

Leyendas, bulos, mitos, cuentos, embustes, trolas, timos… Internet como paraíso de los hoax.

Y al otro lado… millones de personas dispuestas a creer casi cualquier cosa. Las leyendas urbanas se mantienen porque hay quién se las cree. Siempre hay alguien que nos cuenta algún secreto que sólo unos pocos conocen. Y siempre hay alguien dispuesto a creerlo.

Después nos sorprende la facilidad con la que los dirigentes políticos nos toman el pelo, nos cuentan toda clase de falsedades con aire muy solemne, y nos prometen toda clase de imposibles. Pero si uno es capaz de dejar de consumir margarina por si le falta un átomo para ser plástico…. ¡cómo no va a creer a alguien que habla con seguridad y encima manda mucho!

A alguien se le ha olvidado enseñar en los colegios que sólo hay tres protones de diferencia entre el plomo y el oro. Quizá sólo haya tres protones de diferencia entre dejarse atrapar en cualquier manipulación o ser capaz de comprobar la veracidad de las cosas. Quizá sólo hay tres protones entre ser dueños de nuestro destino, o estar a la merced de una pandilla de embaucadores.

La diferencia no estriba en ser catalán o andaluz, ni en ser de izquierdas o de derechas, ni joven o anciano, ni rico o pobre, del Madrid o del Barça. La diferencia está en esos tres protones.

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