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jueves, 10 de septiembre de 2009

El peligro de las aulas

Comienza el curso escolar. Millones de niños acuden a las aulas, muchos de ellos por primera vez. Esa primera vez en que los padres entregan a su cachorro con una sensación ambivalente, de ilusión y temor. Ilusión porque es el primer día de un largo proceso, que ellos esparn que termine de la mejor manera. Unos sueñan con que su hijo llegue a ser un gran cirujano; otros con que se siente en el despacho de un ministerio. Sueños de todos los colores… Las clases de primero rebosan de futuros abogados, ingenieros, economistas, músicos, grandes empresarios.
Pero los padres también albergan un sordo temor: quizá algo en ese colegio podría estropear el brillante futuro que ellos tienen decidido para su hijo. Quién sabe… Un profesor incompetente, un compañero indeseable, un accidente, un descuido, una desgracia. Son tantas las amenazas que los padres tiemblan ante la necesidad de que su hijo salga de casa, aunque sea por unas horas.

Dentro de 25 años todos esos prometedores vástagos ya no estarán en clase. Los temores de la mayoría de los padres se habrán cumplido. Sólo uno o dos de toda la clase habrán alcanzado más o menos las metas previstas. Los demás… dos estarán aún en casa de los padres, sin dar golpe; siete serán mileuristas; uno habrá quedado lisiado en un accidente de moto; otro vivirá a salto de mata; seis consumirán drogas otros dos prepararán oposiciones hasta el infinito, y uno estará en la cárcel.

¿Qué habrá pasado en esos veinticinco años? ¿Tenían razón los padres, y algo en el colegio habrá frustrado esos fulgurantes destinos? ¿O el desastre se habrá producido gotita a gotita en cada casa, sin que nadie se diera cuenta?

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