Estaba esperando el autobús. Era un joven negro, alto y robusto, que portaba una pequeña bolsa. Acababa de salir de la obra de enfrente, y aún conservaba entre las uñas restos de yeso. Probablemente disponía de un contrato temporal. Probablemente se preguntaba cuánto tardarían en despedirle también a él. Sin embargo su mirada era clara y optimista, sin duda porque el fantasma del desempleo en España era una broma comparado con el monstruo de la miseria que había dejado lejos, en su país.
Dos hombres maduros cruzaron la avenida desde el acceso a la obra hasta la parada del autobús. Sus rostros curtidos y sus manos rudas hacían sospechar que eran trabajadores de la construcción. Sus uñas no mostraban huellas de ningún material. Probablemente venían de solicitar trabajo. Probablemente les habían dicho que no había. Probablemente era la enésima obra que visitaban ese día.
Los dos hombres hablaban poco y su gesto era hosco, sin duda porque el fantasma del paro era lo peor que les podía suceder. Eran españoles. El autobús se acercaba, y los escasos viajeros se aprestaron a abordarlo. Al abrirse las puertas los dos hombres y el negro se dispusieron a subier al mismo tiempo. Sus miradas se cruzaron durante un instante, y el negro dio un paso atrás para que entraran primero los hombres, bajando la mirada al suelo.
“Si no fuera por esta gentuza…” se oyó murmurar a uno de los hombres. El joven negro pareció encogerse unos centímetros, subió a su vez al autobús y se quedó junto al conductor, evitando recorrer el pasillo y pasar junto a los hombres.
Una escena trivial, sin ruido, sin violencia. Pero todo un síntoma que presagia negros nubarrones que se ciernen sobre la convivencia pacífica. Si nadie lo remedia –y parece que nadie lo va a remediar-, dentro de un año la sociedad española tendrá ante sí dos cifras mágicas y peligrosamente coincidentes: cuatro millones de parados… y cuatro millones de inmigrantes. ¿Quién va a ser capaz de convencer a esos cuatro millones de parados de que el hecho de que exista exactamente el mismo número de inmigrantes no establece una relación causal?
Si nadie lo remedia –y nadie lo va a remediar, sobre todo cuando se constate que Obama no hace milagros-, dentro de un año ese joven negro va a tener muchas dificultades para subir a un autobús. Casi las mismas dificultades que los dos obreros de la construcción para pagar su hipoteca o para dar de comer a su familia.
Si tuviéramos un gobierno previsor, si entre la multitud de asesores de ese gobierno hubiera alguien capaz de decirle al presidente algo más que “sí jefe, eres el más listo”, deberían estar ya muy preocupados –no sólo por la crisis económica- sino por la crisis social que se nos avecina. Aunque vista la renuencia que el gobierno ha demostrado para admitir la existencia de una crisis económica, es de temer que sólo se preste a reconocer la futura crisis social cuando los dos monumentales ejércitos –los cuatro millones de parados y los cuatro millones de inmigrantes- se hayan encontrado miles de veces en alguna parada de autobús, enfrente de una obra sin terminar por una inmobiliaria quebrada.
Eso va a ser terrible. Las cosas se han hecho mal, siguen peor y se pondrán peligrosas. Porq tampoco el españolito de a pie quiere hacer el trabajo q realiza el inmigrante, ni por ese precio. Pero sí q culpa al inmigrante de quitarle el trabajo. El españolito no se desloma en el campo por seiscientos euros al mes, pa eso sigue cobrando el paro tan ricamente.
ResponderEliminarNo hay peor ciego q el q no quiere ver.
Quizas tampoco pinte rosa para avanzar en la Europa de los pueblos, la Europa de los ciudadanos. Schengen es una realidad, en el papel, las fronteras no terminan en Gibraltar en los Pirineos y Portugal. Pero y en la mente de los españoles...es una realidad el tratado de Schengen? Se tiene conciencia que un ciudadano bulgaro, hungaro, checo...es un ciudadano del espacio Schegen, que tiene los mismos derechos y los mismos deberes que un ciudadano español, a trabajar e instalarse en España o en cualquier otro pais de la Union...
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