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viernes, 20 de febrero de 2009

Una mano

Tras cuarenta años de dictadura, los españoles acogimos con alegría los vientos de libertad y democracia. Y siguiendo el implacable vaivén del péndulo de la Historia, nos aplicamos a desterrar todo vestigio del franquismo para vivir lo más “democráticamente” posible.
Con el entusiasmo del nuevo rico, dejamos en el trastero algunos conceptos que habían sido muy valorados durante la etapa anterior. Cosas como autoridad, esfuerzo, sacrificio, orden, castigo o responsabilidad quedaron completamente desacreditadas, como fósiles de una era prehistórica.
Empezamos a educar a nuestros hijos con valores de libertad, igualdad, tolerancia, placer, bienestar, derechos y relativismo moral. Por desgracia se nos olvidó que la libertad debe ir asociada a la responsabilidad de los propios actos; la igualdad debe ser ante la ley, porque cada persona es distinta; la tolerancia no es absoluta, y es lícito ser intolerante con los intolerantes; el placer sólo se aprecia cuando podemos compararlo con el dolor, el bienestar hay que ganarlo a base de esfuerzo; los derechos propios siempre terminan donde empiezan los de los demás; y que no todas las ideas son igualmente respetables y no todos las conductas son igualmente lícitas.
Vemos que buena parte de los adolescentes campan a sus anchas sin la más mínima consideración hacia los demás. Ponen los pies en el asiento de enfrente del autobús; beben desmesuradamente a edades tempranas; gritan a sus padres o insultan a cualquier adulto que se atreva a afearles una conducta; discuten con sus profesores sobre cuestiones de la asignatura; maltratan el mobiliario del instituto, y exigen, exigen, exigen.
Ante tales hechos siempre se oye alguna voz que reclama “mano dura”. Y es cierto que junto a la extremada permisividad con que muchos padres han educado a sus hijos, el generalizado clima de impunidad contribuye a que tantos muchachos se comporten como los reyes del mambo. Pero entre la “mano dura” de los tiempos de la dictadura, y el despropósito actual existe un término medio virtuoso.
Los adolescentes no necesitan una “mano dura”, sino simplemente una mano. Una mano amiga, pero también firme, que les ayude a encontrar el camino hacia alguna parte.

2 comentarios:

  1. Es q no nacen siendo adolescentes. Es cierto q esa época es particularmente tormentosa, pero un niño centrado y estable será un adolescente mucho menos conflictivo q otro criado sin normas, sin cariño (no confundir con mimos y caprichos a montones), sin autoridad y sin la seguridad q todo eso proporciona a una persona en sus primeros años de vida. No sé si es tanto por el cambio social en lo político o por ese extraña diferencia de valores q nos lleva a poner por encima del tiempo q dedicamos a los hijos la compra del apartamento en la playa o el ascenso en el trabajo. Los hijos se crían prácticamente sin sus padres: de la guardería desde los cuatro meses al cole con comedor incluído, con clases extraescolares, a ser posible, para tenerlos “recogidos” mientras sus padres cumplen la jornada laboral. Y, en casa, todos están cansados y al niño se le dedica muy poco tiempo; y como es poco se le consiente todo para q no la líe, y porq hay una extraña creencia en q, cuanto mas le consienta, más me querrá. Luego está la famosa frase: “No es cuestión de cantidad de tiempo, sino de calidad de tiempo” Juas. Es cuestión de las dos cosas. Hay niños q crecen en medio de una aterradora soledad, aferrados a la tele, a la consola, al ordenador; adictos a un mundo separado del real, porq nadie se tomó el tiempo y la molestia suficientes de enseñarles la diferencia entre una discusión y una bronca, entre lo q se quiere y se debe hacer, entre un padre y un amigo.
    Y ya paro, q hablo más q el dueño del blog.

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  2. Sí...
    Lo de la televisión merece un comentario aparte. El número de horas que pasan viéndola desde muy pequñeos; los contenidos que emite; los modelos que proporciona...
    Y por si fuera poco... muchos padres les ponene una tele en su cuarto para ellos solitos.

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